lunes, 5 de noviembre de 2007

La Feliz 2.0 (Primera parte)


Intro:

..."Por un momento en la vida sentí que todo se volvía un gran reloj de arena, pero de arena húmeda donde el tiempo se detenía en mi cabeza que no hilaba dos trenzas de sentido; no quería pensar más y no alcanzaba la velocidad de los hechos. Ese verano ni siquiera llegaba a reconocerme brotada de bronca y contenida de una extraña angustia, hasta que levanté la vista y reaccioné de golpe al mirar a la gente que me rodeaba. La observé como por primera vez, detenidamente, y en ese instante, los acontecimientos no se volvieron más que una anécdota... Nunca imaginé que ése viaje con los chicos funcionaría como un placebo".

La Feliz

Desde mi secundaria mis viejos iban y venían, jugaban en el “sube y baja” del divorcio y fueron años de desencanto, de destrucción y sin suelo firme donde pisar. Pero, cuando el momento llegó y empezamos a vivir en casas separadas, si bien parecía que el aire puro volvía a habitarnos, aún había algo con lo que tendríamos que lidiar; ¡Sus vidas de solteros!

Ese verano, cuando Rocco se enteró de que mamá me había mentido, no lo dudó y me sacó un pasaje para ir con ellos. “Un pasaje hasta ahí…” Como la canción de la Cantilo. Rocco sabía que era la gota gorda que rebalsaría mi vaso grande de Coca-Cola, y me sacó un boleto verde con destino a Mar del Plata para el 29 de enero a la noche. No pudo conseguirme asiento en el coche que tomaban ellos, ¡Lástima! Igual encontró otro micro que salía unas horas antes. No le gustó la idea de que viajase sola, pero como el gordo Maxi prometió ir a buscarme, se quedó un poco más tranquilo, un poco...

Rocco es mi mejor amigo y no es un perro. Es sólo que Rocco es un nombre común en Europa (bah en Italia más que nada) y por esas casualidades de la vida, él nació en Ibiza. A simple vista tiene poco de europeo ¡Ok, se crió en acá! Sin embargo, es una linda contradicción entre mente liberal y nativa. Cuando nos preguntan qué somos (porque nos ven siempre juntos) suelo dar esas explicaciones laaargas: “¿El? ¡Amigo! En realidad es el hijo de mi madrina, que es la amiga de toda la vida de mi mamá, que se criaron juntas en un pueblito de Santa Fe y nos tuvieron cerca en años, así que prácticamente nos vemos desde que nos cambiaban los pañales”. Siempre damos esa explicación, pero técnicamente, nos habrían cambiado los pañales juntos sólo en verano, porque de bebes vivíamos en distintos hemisferios. Sólo cuando a mi madrina se le daba por abandonar el español raro, ese que silva las “eses” reteniendo el sonido en la lengua, que trasviste a las eses en zetas “los majosshz”, “puesshz” ¡Joder! Ella dejaba las Baleares y se venía con Rocco a pasar las fiestas, a visitar a la familia y a nosotros claro, porque somos una especie de familia. Y eso que a veces uno a la familia no la aguanta... Pero lo nuestro es distinto, porque somos “familia de amigos”.
Al poco tiempo, mi madrina se hartó de los “majosshz”, de la movida Ibicenca y, por supuesto, del marido mujeriego. Y Rocco, que por ese entonces era un Roquito regordete, creció en Santa Fe y tuvo que cambiar el mediterráneo por un río mucho, ¡muchísimo más oscuro!

Desde ese entonces, con Rocco compartimos todos los veranos en Coronda, el famoso pueblito, ya que “verano” es sinónimo de dejar la ciudad (él, Santa Fe, y yo Capital), el momento del reencuentro con los abuelos, que parecían habernos esperado todo el año tomando fresco, en el mismo sillón, sobre la misma vereda. Es como un viaje a los orígenes de nuestros viejos, a sus recuerdos y a su gente. Todo quedaba siempre como lo habían dejado, la gran cualidad de lugar, eso explicaba las sorpresas cuando encontraban un negocio nuevo... Así, pasamos muchos eneros en el pueblo, pisando descalzos el asfalto caliente, para no hacer ruido a la hora de la siesta, y con el tiempo nos hicimos nuestra barrita, (no podías pasar carnaval sin tener quien te defienda de la guerra “fría”) amigos que la mayoría de las veces eran hijos de conocidos o incluso de íntimos amigos de nuestros papás. Lo que por un lado es lógico, por el tamaño del lugar, y por otro lado es mágico, porque la amistad surge natural, crece en grupo y se cultiva de raíz cada verano. Fue como si ese vínculo entre ellos, se nos hubiese traspasado por los genes, muy loco... Aunque, más allá de toda transferencia de los viejos, a Rocco lo siento amigo genuino a pesar del tiempo, porque me entiendo muy bien con sus elucubraciones, a veces comparto su necesidad de sacudirlos a todos, o de meterlos en el baúl del hartazgo y simplemente cerrarlo o dejarlo ir. Me identifico con su búsqueda incesante de sentirse libre, de no aferrarse a nada, para no sufrir ¡Eso es! Hasta creo que tenemos ciertos poderes telepáticos, como en aquel verano en el que encontró justo lo que yo necesitaba, la manera sutil de mandar todo al carajo.

Esa tarde (previa al viaje), estábamos en la costanera del lugar, donde todos se pelean por un pedacito de sombra bajo el sauce principal, es que los corondinos se encuentran a tomar mate sea la hora que sea y no pueden esperar que el sol se digne a bajar. Hacía un calor litoraleño y no había otra cosa que hacer allí, salvo que te guste tomar tereré claro, por el calor…Igual, en Coronda nunca hay mucho que hacer, está hecho para dormir la siesta, para abandonarse en el río y para disfrutar los sonidos de la noche, lo que es ganar o perder tiempo según cómo lo mires

Ese mismo día salía para Mardel. A las 9 tenía “el urbano” que me llevaría hasta Rosario y de ahí ¡directo a la feliz! Mientras tanto, como ya tenía el bolsito listo y la casa de mi abuela queda a pocas cuadras de la playa (tampoco hay muchas), me quedé tomando sol con las chichis. Me acuerdo que leíamos el libro de chistes de Maitena de la prima de la July ¡Pobre! Porque terminó todo mojado por culpa de unos pendejitos que jugaban en el río. Paradójicamente veníamos hablando de feminismo, de la debilidad masculina, mientras yo estaba por irme de vacaciones sola con los chicos y poner a prueba toda teoría. En eso, pasa Rulo en bici, despacito como pispeando a las chicas de la costanera (sólo a las de micro-bikini). Por suerte, me saludó de lejos, porque si lo tenía más cerca lo escupía. Me acuerdo que le agarré tanta bronca ese verano que ahora hasta me resulta gracioso. Cuando se fue, la Naty me preguntó por qué no lo había saludado. “¡Por lo que hablábamos, Naty!”, le contesté. “No vez que es un cagón ¡Debilidad masculina! Sabe que no me vuelve a ver hasta las próximas vacaciones pero no le da la cara para acercarse…” Respuesta que derivó en “la psicológica”, esa charla larga en la que intentan convencerte, con argumentos de lo más originales, de que te olvides del maldito bastardo y de que sos linda y buena y no lo necesitás. Y por fín, cuando logran sacarte un “¡Tienen razón!” y un lagrimón, caigo otra vez en esa idea absurda de que son todos iguales y que somos un séquito de mujeres corriendo por los campos de flores, en pos de la liberación femenina, la hermandad y que se yo…Esperé hasta las 6 más o menos y me despedí de todas con tamaños besos y abrazos, después algunas prometieron ir a despedirme. Me fui a cambiar y a picar algo, saludé a los abuelos y esperé sola como un perro en la terminal, hasta que llegó el micro y cayeron todas atrás ¡Tarde! (Es que son tranquiiilas) Pero justo para hacerme lagrimear un poco más.

No me costó convencer a mis viejos de que me dejen ir, es más, fue graciosa la forma en que papá dijo: “¡Si andá! ¿Necesitás plata?” Evidentemente se sentía culpable de haber deschavado el nuevo romance de mamá. Y en cuanto a ella, en ese momento no la veía autorizada como para resolver con mayor madurez o responsabilidad que yo. Tampoco sé si me detenía no contar con su permiso, no porque me haga la rebelde, sino porque era lo que yo sentía que necesitaba y estaba pretendiendo empezar a cuidarme sola. Me reservé el placer de decir “¡Me voy!”

Habíamos quedado con Maxi, alias “El gordo” (aunque él no lo sabe), en encontrarnos a las 6:30 en el hall de la terminal de Mardel, el problema era que yo no me acordaba mucho de esa estación y que, como recién se empezaban a usar los celulares en forma masiva, yo no tenía. El sí, porque es fashion y siempre está a la moda, le compraron un Nokia 1100, lo último porque tenía linternita Pero en mi caso, sólo empecé a sentir estúpidas e injustificadas todas mis teorías de alineación anti-celular... Entonces, como era de esperar, con el cuelgue de Maxi y el mío, nos encontramos casi a las 8. ¡Una vergüenza ese momento! La gente nos miraba, tratando de adivinar de dónde nos habíamos escapado. Es que cuando nos vimos, empezamos a gritar histéricamente de alegría. El con una cara de sueño tremenda, pero hecho un divo, y yo estornudando entre beso y abrazo, por culpa de ese maldito aire acondicionado.

- ¡Cómo estas mi amooor! (supongo que no es su culpa que Susana haya estado tanto tiempo en la televisión) ¡Que alegría verte sister-soul! ¡Hace mucho que no nos vemos, estás re flaca guacha!
- ¡Hola mi viiida! ¿Cómo estás?, ¡Dónde estabas, porquería! Ya no sabía que hacer, llamé a tu casa y no me contestaba nadie.
- ¡Nos mudamos!
- ¡Ahh! ¿Y no se te ocurrió avisarme, no?
- ¡Sí que te avise! Bah… te dije que me llames al celu.
- Ahh, me olvidé el número en lo de la abuela. Igual pensé que con el de tu casa ya estaba.
¡Me tenés que decir si te mudas nene! ¿Mirá si me iba hasta tu casa?
- ¡Ya está, ya estás acá! y corré, que deje mal estacionado el auto.
- ¡Uh!... ¡Ey vivo, ayuda con el bolso!

Justo ese verano al gordo se le dio por trabajar en un telecentro, así que tuvimos que arreglárnosla solos. El lado positivo es que quedaba a 10 cuadras del departamento que les prestaron a los chicos, en Av. Colón, zona bastante céntrica y cerquita de la playa.
Esa bendita mañana Maxi tenía que abrir el local a las 8, lo que evidentemente no fue posible. Cuando llegamos, ya había una viejita esperándolo en la puerta…
“¡Qué hacés diosa!”, le dice Maxi, y la abuela se sonroja como nena de quince. Le pide unos Marlboro box, unos caramelos de propóleos, le deja de más y se va. Luego Maxi me aclara que tiene una nieta que esta bárbara.

- Che ¿Querés que te lleve al departamento primero?
- ¡Pero si ya abriste el local!
- No importa, nadie se entera. Además ¿Queda cerca, no?
- ¡Ni idea! Hice el bolso y me vine. No sé dónde, pero ni te molestes que tampoco tengo llave.
- ¡Bien, boluda! Mirá que yo de acá hasta las 3 no salgo y los chicos caen recién a las 5, ¡Te me vas a morir de sueño!
- Y bueno, ¡Total! Hace un montón que no nos vemos y estos banquitos están cómodos te diré... ¿Recién a las 5 vienen?
- Aja, ¿Por…?
-¡Hoy está el Personal Fest! Ahora los chicos no van a llegar. ¿No sabías nada?
- Si, si acá están como locos con eso. Toca Fatboy Slim, ¿no? No sé ni una sola canción. Igual llegan querida ¡Quedáte tranqui!
- No, yo tampoco, voy de careta no más…Pero ¿No te dijeron que íbamos?
- Nooo nada ¡Ja! No me los imagino ahí.

El telecentro del que me habló, en realidad era un maxikiosco con dos cabinitas. Así, que nos pasamos toda la mañana comiendo porquerías y a medida que la espera se nos hacía larga y las conversaciones profundas, el menú iba empeorando. Empezamos con mate, Pipas y galletitas de salvado para terminar con chocolate Tokke y Jorgito triple glaceado. Eso si ¡Todo bien económico! Para no saquear el kiosquito y se den cuenta los dueños.

- ¡Voy a poner más agua! Atendeme a Clarita.
- ¿Yo?
- No, Rulo ¡Dale! si la vieja quiere charlar no más. Mirá que si me agarra a mí no me larga.
- ¡No me jodas!

El gordo es una de las personas más graciosas que conozco, y no sólo porque nos hace toser de la risa, sino por la gracia que tiene para todo. Posee aires de estrella y lo es, no me río con nadie como con él, es como el cafiolo chanta que se hace “el amigo de las chicas”. Camina comiéndose el mundo, como esos personajes que viven de anteojos negros para no molestar al sol. Encima no para de hablar, siempre dice que si fuese mujer seria vedette, pero “¡La más trola de todas!” (Igual todos los chicos aseguran que de ser mujeres serían trolas jaja). El gordo, debe haber visto tantas revistas en Mardel que, de tener la oportunidad, actuaría en alguna de Sofovich sólo por estar cerca de esas minas. Pero, él sí tiene talento. Cuenta historias como Pinti, habla como Tortonese, canta casi como Kravitz y tiene el pelo igual. ¡¡Pero, cuando baila!! Cuando baila, nunca, jamás, pasa desapercibido.
Eran como las 11 y finalmente se fue Clarita porque me enganché a hablar con un pibe que se había ganado la remera naranja del Personal Fest. Hice un desorden en el puestito y mientras ordenábamos…
- ¡Siempre tenés levante vos, eh!
- Nahh…
- Dale pacata ¿Qué pasó este verano?
- ¿Qué te contaron?
- Nada, ¿avanzó la cosa?
- Ahhh ¡Ves que sabés!
- ¡Avanzó en serio!
- No, pensé que sabías algo. Todo para atrás, retrocedió unos cuantos casilleros.
- Este Rulo… ¿Qué pasó ahora? Decí que le tomamos cariño a esa cosa ¡Con ese pelo!
- A mi me gusta el pelo lleno de rulos y los ojos verdes suman.
- Bueno, ponéle que la porra pase... pero la actitud cabernaria ¡No!
- Y…Si, es medio salvaje, pero eso me gustaba de él. No le importa caerle bien a nadie, hace lo que quiere…aunque este año se portó como una bestia. Pero mejor hablemos de otra cosa.
- ¡Guacha! Me dejás con la pica.
- Nah, boludo, enserio…
- Bueno, bueno mi vida, ¡Tenemos tiempo! Me contás cuando quieras. Pero vos sabés que podés contar conmigo ¿No?
- ¡Si! ¡Obvio! No es que no confíe. Es que pasaron muchas cosas juntas, nada grave, pero todavía estoy medio aturdida. Como procesando todo…
- ¿Por lo de tu vieja?
(El se pone fucsia y yo rió para mis adentros)
- ¡Ya te contaron!
-Ay…se me escapó. No digas nada porfi, pasa que Rocco te vio toda acongojada y…
- Está bien, primero que a vos te iba a contar y después, que te cuente él, no me molesta porque sé que se preocupó. Es distinto a que lo divulguen allá, sé que si se lo cuento a alguien en Coronda, llega hasta los lugares más remotos y ¡El problema es cómo llega! (Risas)
- Pero enserio ¿Cómo estás con eso?
- Ehh…Mejor te cuento de Rulo. (Risas otra vez)

Empecé a contarle, pero nos dimos cuenta de que había baches en la historia. Le estaban faltando unos cuantos capítulos de la novela. De modo que en un racconto veloz, le expliqué que veníamos saliendo los últimos veranos, pero principalmente porque él me buscaba y yo no aflojaba por la amistad. Lo consideré siempre amigo, más allá de las épocas en la pileta de “Bubu” donde aprendimos a nadar, que él siempre me elegía para su equipo de postas, más allá de cómo me apretó para bailar en vals de mis 15 y de cómo fue crecer juntos en el grupito. No podía verlo diferente, pero con el tiempo, cuando lo conocí mejor me fui enganchando. Empezamos a tocar la guitarra (él sí aprendió bien). Nos quedábamos noches enteras tocando, cantando, divagando y cuando me di cuenta, no me quería ir. Quedábamos solos y simplemente queríamos que así sea. Pero él se empezó a asustar porque yo sufría de verdad cuando me tenía que volver a Buenos Aires, y eso que sólo era fantasear, como mucho algún beso. O quizás se asustó por él, pero la cuestión es que empezó a verme menos, intentaba explicarme que lo que nos pasaba era efímero, etéreo…
(Maxi estaba por largar un llanto desconsolado, cuando entró otra gordita a pedirle un helado)

- ¿Y entonces? ¿Qué pasó?
- Y, nada. Este verano ya lo empecé resentida y como no me dio pelota y estaba tan aburrido Coronda, me agarré otro pibe.
- ¡Cómo! ¿Para darle celos?
- Inconscientemente.
- ¿Y?, ¡Te enganchaste!, ¿Rulo se enteró?
- ¡Obvio! Es Coronda... Una vez nos estábamos besando en la plaza y pasó Rulo ¡Lo solté al pibe cuando escuché su voz! ¿Podés creer? Y, encima le dije que hiciera como que hablábamos de algo.
- ¡Te mandó al carajo!
- Bueno, si. Volvió con la ex, y le dije que de segunda no. (Risas)
- ¡Esta gente! ¡Coronda Dios mío! Bueno, por lo menos las chicas son unas divinas.
- Sí…Pero están todas peleadas, siempre hay alguna que esta nominada.
- ¡Qué raro! (Risas)
- ¿Finalmente?
- ¡Ah, no! ¡Da para rato lo de Rulo! entre las fiestas, reuniones y cumpleaños. Viste que navidad y año nuevo son todo un evento allá, se ponen vestidos de fiesta para encontrase en la misma costanera a festejar, eso si con un champagne o fresita para brindar en la calle.
- Nunca estuve en Coronda para fiestas, pero se deben poner buenísimas.
- Sí, ¡Mal! Se ponen en re pedo, bailan sobre la arena, de a dos ¿Viste? Porque bailan cumbia santafecina y siempre hay algún desubicado que termina en el río. Pero a mi me encanta quedarme hasta el final, no para ver quién se va con quién (como las chicas), sino para ver los colores del amanecer pintarse suavemente en el río.
- ¡Que lindo Estefi!
- Sí, es hermoso... Bueno, este año que mamá estaba en su supuesto viaje por EEUU, Maria Inés vino con sus hijos griegos y pasaron las fiestas en Coronda con nosotros. Les encanta, hace un par de veranos que vienen, porque ella quiso volver a pasar las fiestas con sus padres y se ve que lo disfrutan mucho y…
- ¿Quién?
- La prima de mi vieja boludo… ( Maxi entendió y cambió de tema rotundamente)

Así se nos hicieron las 3, vino el pibe que lo cubre y nos fuimos para su casa en colé, porque la mamá se llevó el auto y prometió pasar a buscar a los chicos. Por momentos parecía que se largaba a llover, pero sólo amagaba con arruinarme el recital. Mardel estaba más lindo que en mis recuerdos, quizás porque su mar siempre me pareció frío, perturbador y ahora me entendía más con él, me quedaba mirándolo retorcerse, creo que admiraba su fuerza y me inspiraba su frescura. Además, sabía que esta vez podría apreciar otras cosas, con otra edad, la justa para pasar a los boliches y con otra libertad, toda.
Maxi se mudó a una casa, pero en la loma del… ¡Muy lejos! La casa estaba hermosa, su pieza una pinturita, llena de CDS (malísimos) y DVDS de las series norteamericanas. Había una época en la que intercambiábamos fotos de las Spice, ¡Eramos fanáticos! Pero yo por suerte empecé música, y fui tirando al rock, de a poco al internacional. Por esos años con Rocco, Rulo y las chicas estábamos hiper nostálgicos de los clásicos del rock nacional...Por lo que el “gordo pop” nos mataba, él idolatraba a Britney, hasta quería participar en Operación Triunfo que recién empezaba ¡Dios!

Los chicos cayeron a eso de las 6, Rocco y Cristián, porque Martín vendría después, se quiso quedar en la fiesta de la cerveza de otro pueblo... En realidad a Maxi lo conocemos por Martín, que es de Coronda pero vivió en Mar del Plata. En cambio a Cristián, recién lo estábamos descubriendo, el correntino era amigo de Rocco desde sus últimos años de secundaria, que harto de vivir mudándose con su madre (gerente de banco) se asentó solito en Santa Fe. El era el único ajeno a círculo de transmisión genética. Luego, entre mate y facturas, y con la genial idea que tuvieron de ver el último capítulo de Friends. Maxi se quiso quedar y nosotros salimos tardísimo para el Personal. Los colectivos iban atestados, y cuando llegamos nos prohibieron pasar porque terminaba en 15 minutos ¡Re temprano! Encima volvimos en el mismo colectivo y los malditos se descostillaban de la risa de mi cara de decepción. Proponían hacer como si nada, bailar en el micro, repetían una y otra vez “Slash dot dash, dot dash, dot com” para colmo tuvieron éxito y varios los siguieron. Intenté pensar que íbamos en un micro del borda y me pareció divertido, de modo que me terminé sumando “Slash dot dash, dot dash, dot com”.

Llegamos al departamento discutiendo mi parecido con Phoebe, yo me veo más Rachel, pero Rocco está seguro de que el día que componga a una canción va a ser muy “Smelly Cat”. Eran las 12:30 y el departamento lucía horrible, sus grises y amarillos me deprimían aún más y ni hablar de la mancha de humedad sobre el sofá cama que me había tocado en alguna votación muy democrática.
Lo bautizamos “El Bunker de Hitler”, porque de no saber que era un cuarto piso hubiésemos jurado estar “bajo la tierra”. De todas formas, nadie atinó a limpiar nada y cuando llegó Maxi con la pizza y mi bolso, sacamos con asco el plástico amarrillo de la mesa y comimos con la mano, al día siguiente desinfectaríamos el bunker.
Luego mis ganas de dormir continuarían contenidas porque la noche recién estaba por comenzar. Se ve que Maxi nos vió medio hechos mierda y propuso recorrer Alem, donde están todos los barcitos que “se ponen”. No sé si fue la mejor idea para un sábado a la noche, pero en éste caso admito que fue pura y exclusivamente mi responsabilidad complicar la salida, me olvide el documento. De modo que conocimos la puerta de cada uno de los púbs en la avenida, hasta que un enano gamba (no estamos seguros, el patovica) nos dejó pasar a PPCorcho. ¡Qué bueno, no discriminaba bien nuestra edad! Luego, la noche se puso ruidosa y nuestro cansancio se fue con el tequila. Bailamos, yo diría bastante, sobretodo con Cris que no lo tenía así. Es muy lindo verlos bailar, lo hacen para ganar, pero se nota que lo disfrutan. Bailan con esa belleza caribeña, con movimientos elásticos, suaves, armónicos y sabiendo llevar a la mujer con cadencia. Me gusta que los chicos sepan bailar, no me parece afeminado en absoluto.

Al día siguiente nos despertó la tormenta y el frío, pero recién el gordo tuvo el mérito de sacarnos de la cama, porque nos quería llevar al puerto. La playa se hacía esperar, pero mientras tanto teníamos mucho que recorrer. Me pareció buena idea ir a comer mariscos al puerto hasta que mencionó un detalle; no tenía el auto. Llegamos como recién salidos de una pileta. Puerto Gallegos era el nombre del restaurante, el preferido del gordo, un tenedor libre claro. Comimos a morir, tratando de diferenciar los pescaditos y de memorizar cada nombre, todo terminó en una especie de Fear Factor para ver quién era el más osado, probamos moluscos de todo tipo: langostinos, camarones, calamares, hasta pulpo…al rato no podíamos ni hablar.
Dada la falta de costumbre de nuestros estómagos, el resto del día, no pudimos más que hacer las compras y dormir. Había que juntar fuerzas para la noche. Me despertó una mezcla de olor a humedad, cigarrillos y comida, enseguida descubrí que seguía lloviendo y que Rocco estaba haciendo fideos. Le pregunte porqué hacía tantos y me enteré de que venía una amiga de Maxi a comer, lo que me pareció bueno porque si bien me divierte estar entre ellos, llega un punto en que sos uno más y no es bueno. Me reservo el derecho de omitir la parte en que me mandaron a pedir un colador al vecino y volví con un colador “chino” (sólo sirve para arroz). Nunca más me dejaron acercarme a la cocina.

Después de comer ya no sabíamos qué hacer, el departamento no tenía televisión ni radio (de lo que no me podía quejar ya que me evitaba unos cuantos partidos de fútbol). Habíamos jugado truco, chichón, casita robada y escoba de 15, cuando me acordé de que mamá me había mandado un regalo para los chicos, un anís griego. Al probarlo nuestras caras de rechazo fueron inminentes, entonces se nos ocurrió retomar el chichón y agregar un vaso de anís como prenda, lo que no calculamos es que los efectos del alcohol hacían que el perdedor perdiese proporcionalmente a la cantidad de vasos tomados, siempre perdía el mismo ¡Maxi! Esa noche, conscientemente, decidimos ir a bailar a Brody, que nos quedaba a unas pocas cuadras y al volver del boliche, no podíamos levantar al gordo que se nos desplomaba como estantería floja. Tuvimos que pedirle un taxi. La amiga lo acompañó y luego supimos que hasta intentó llamar a la ex novia para decirle que la amaba mucho y que no le importaba que le sea infiel.

Empezaba la semana y le habíamos prometido a Cristián acompañarlo a Miramar, donde estaba de vacaciones su novia con la familia. Teníamos que tomar el micro de las 9 para pasar el día allá. Yo no tenía muchas ganas de ir, si quería podía quedarme en el telecéntro, pero como el cielo se estaba despejando, me pareció mejor aprovechar el día y conocer Miramar. Ahora, analizándolo bien, supongo que no quería ir porque la noche anterior Cristián había estado con una morocha, entonces no me imaginaba con qué cara iríamos a visitar a la novia. Pero cumplimos la promesa.
El viaje empezó mal, el humo invadió nuestro colectivo, que se quedó en medio de la ruta y tuvimos que esperar un refuerzo. ¡Ni un desayuno ligamos por las molestias! Ni un alfajor, porque las bandejas quedaron en el otro micro.
Al llegar, advertimos que las calles no tenían nombre, sino que cada una tenía asignado un número, e hicimos chistes como “Decíle que nos encontramos entre la 5 por 8, y la 9 más 7 dividido 2”. También observamos que sobre la peatonal había tres teatros, el Gran Rex, el Opera y el Metropolitan. ¡Qué poca creatividad!
En la 24 nos encontramos con Emilia, la novia de Cris, y recorrimos la costa. Hacía mucho frío y Rocco me prestó un buzo que me quedaba enorme, empecé a pensar en la poca ropa de invierno que había traido. El viento comenzó a enredar nuestros cabellos de a poco, hasta que la brisa nos golpeó en la cara, el mar estaba empezando a rugir como una bestia y el bañero pidió que nos alejásemos. Terminamos yendo al cine, en el teatro Opera, a ver American Pie II, lo recuerdo especial, no sólo por cómo se rieron de la parte en que Jim quedaba pegado al video porno, sino por que fue la primera vez que tomé mate en el cine ¡Qué vergüenza!
Terminó el pastel americano II y buscamos desesperadamente un lugar para ir a comer, no sé si por hambre, más bien creo que porque nos mataba la acidez. Después, hicimos tiempo en la terminal, en un bar que parecía el de la propaganda de Villa Trafull (desoladísimo), mientras Cris acompañaba a Emi hasta su casa y volvía, querían estar solos, obviamente...En el bar, logré olvidar por un rato mis planes de parricidio mental al ver que Rocco estaba muy lejos de allí. Jugaba con su cucharita de café, quitando la borra del borde de la taza. Estaba tan ensimismado que me dio la impresión de que más que un viaje de verano, éste se mostraba como una válvula de escape lánguida y netamente depresiva. Me di cuenta que Rocco también había viajado buscando alivio, quería desentenderse de todo lo que implicaba Coronda, todavía le era imposible aceptar que Celeste haya desarmado su mundo, se negaba a creer que ya no era suya, que no era más su pétalo de sal. Creo que ni yo podía concebir que estén peleados, eran mis amigos de toda la vida, esa parejita que después del divorcio de mis viejos todavía me hacía creer en el amor. Sí, por más tonto que parezca, su quiebre también le daba un tinte de desencanto a todo, nos quedamos sin el final feliz y lo peor es que como me tocaba de cerca, a él le costaba mucho desahogarse conmigo, supongo que, por respeto, evadía un poco el tema. Pero era un mutuo acuerdo, andábamos con nuestras espinas sin poder hacer mucho, pero acompañándonos en esos momentos melancos, que con el pianito de “Desarma y sangra” en el discman, hasta se volvían disfrutables.
Ya en el micro de vuelta, Cristián quedó mosca y con Rocco practicamos el deporte que más nos gusta, filosofamos de la vida.

- ¿Te irías a vivir a España? (pregunté yo)
- ¡Ahora! No… No sé, pero lo pienso seguido.
- ¿Qué pensás?
- Y…que tengo que terminar económicas, que este país no avanza y que tengo trabajo con mi viejo allá, no sé...
- Debe ser lindo Europa... ¿No? ( yo ya practicaba mis dotes periodísticas)
- ¡See! Es muy lindo, hay lugares increíbles, además la historia, la cultura. Hasta la gente parece más relajada, no sé... ¡Lo mejor es que no tienen vergüenza en las playas nudistas! (Risas)
- ¡Enserio te hablo nene jaja! Qué lindo debe ser... ¿No me llevás con vos la próxima? Me pongo a trabajar, junto mucha plata y ¡Vamos!
- Pero mirá que yo voy a esas playas, eh.
- Ay Rocco ¡Qué asco! Jaja
- Además, quién sabe dónde vas a terminar vos ahora con todo esto...
- Nahh, yo no me iría a vivir allá. Además, no quiero saber nada con formar otra familia.
- Quién sabe... ¡Quizás terminamos los dos en Europa!
- ¡Qué buena idea nene! Pero en España ¡eh!
- No seas tan cerrada tampoco, quizás no es tan malo como lo imaginás. Ya sé que parece que tanto a tu vieja como en cierta forma a mi viejo les cuesta esto de quedarse quietos, de afirmarse, hasta lo de ser padres responsables, pero son así, son los viejos…
- Si, ya sé… es que todavía no lo puedo digerir, no me entra en la cabeza, yo sé que soy exagerada, pero bueno a mí me cuesta pensar en caliente.
- No, lógico, digo que no te hagas mala sangre, tranquila. Todavía no sabés qué va a pasar.
- No, es cierto...

La conversación hizo honor a Santo Biasatti y nos acomodamos contra el asiento para terminar dormidos como cuando teníamos dos años, que nos acostaban juntos en el asiento de atrás del Renault de mi viejo, mientras ellos tomaban un café en el bar de Coronda y el mundo estaba en supremo equilibrio.

lunes, 29 de octubre de 2007

La Feliz 2.0 (Segunda parte y final)


Ya en la feliz, supimos por mensajito que Maxi seguía con su dolor de cabeza ¡Magia, por mensajito! Y decidimos ir al casino esa noche. Lo que me pareció estúpido sabiendo que el papá del gordo y de Martín habían trabajado en casinos y se sabían todos los trucos. Pero Rocco insistió, el supuestamente sabía que el secreto estaba en esperar a que alguien juegue mucho en una máquina y no gane, para luego ocuparla y llevarse todas las moneditas del desafortunado. Parece que estaban programadas para coincidir en sus frutitas en determinado tiempo. Eso no ocurrió nunca y perdimos toda la plata, la que teníamos para ir a bailar (bah, ellos, porque en Mardel las mujeres pasamos gratis). Evidentemente, no era nuestro día pero bailamos igual. Terminamos en los video juegos con nenitos de 10 años compitiendo en el Pump Up y como ahí sí empezaron a ganar, nos quedamos toda la noche ¡Me ganaban a mí! Les sacaban el turno a los nenes, se aprendieron las canciones en japonés y cuando ya estaban azules como Shiva, salió el sol. No sé como logré sacarlos de allí y nos ubicamos cerca del lobo marino para ver el espectáculo.
¡Por fin sol en Mar del Plata! Nadie durmió ese martes, porque sólo pensábamos en la playa, en lo blancos que estábamos y en bañarnos. Caminamos enceguecidos, por la rambla hasta el Havanna de Corrientes y Colón (la esquina que unía el bunker con el telecentro de Maxi) para hacer tiempo hasta que el gordo llegase. Tomamos un súper desayuno y me pareció ver a Clarita ya instalada en la puerta, pero él no estaba. De modo que pasaríamos más tarde, era hora de ir a la playa y no teníamos nada preparado.
Al llegar, ventilamos un poco el bunker, que por cierto seguía sin desinfectar y notamos que ya no había comida en la pseudo heladera. Entre que nos cambiamos, y fuimos a comprar la lista (pan lactal, mayonesa, fiambre, cerveza, protector, esterillas) cuando terminamos de preparar todo se nos hizo el mediodía. Lección que nos sirvió para aprender varias cosas: en primer lugar, que no existe peor momento para ir a la playa, especialmente a La Perla, que al mediodía. Segundo, que no es bueno meterse en el mar luego de comer, menos sin dormir y tercero, que no es bueno tomar cerveza bajo el sol porque efectivamente nos quedamos dormidos, nos flechamos por completo y nos robaron hasta el kit del mate ¡Quién podía ser tan cruel!... No sé como hicimos para llegar al telecentro. Al caminar ya sentíamos que la piel se nos iba a evaporando, pero lo peor fue la gracia que le causamos a Maxi. “¡Cómo! Esperen, a ver si entendí: Fueron a Miramar y les llovió todo el día; se les quedó el micro; perdieron en el casino y ahora están así y les robaron hasta ese kit de mierda, nahh” Se nos rió tanto, pero tanto, que ya no era gracioso, empezamos a pensar que estábamos meados por elefantes sagrados y que Mar del Plata no nos quería. Cuando el gordo agregó: “Acá somos muy supersticiosos, la ciudad tiene su temperamento, desde que pusieron las nuevas “bajaditas” (para los discapacitados) que no para de llover. No sé, yo que ustedes no las piso más...”
Fue difícil retomar una conversación seria después de eso, nuestras carcajadas ahuyentaron a cualquier consumidor que intentase entrar y el gordo se nos ofendió ¡Qué es lo peor que le podés hacer a los chicos! Les mostró su punto débil y no pararon de gastarlo. Al volver para el bunker con él, lo cargaron con gatos negros o escaleras, con Candyman y sobretodo se encargaron de pisar todas y cada una de las bajaditas que las esquinas nos fueran proveyendo en el camino.
Llegamos al departamento y tiramos todo por ahí, Rocco puso la pava y le pedí a Maxi el diario. Cuando les estaba por contar que mañana tocaban bandas en la Rock and Pop Beach, sale Cris desesperado del baño y nos anuncia lo peor ¡¡Se tapo el inodoro!!
La situación no podía ser más terrible, Maxi se horrorizó y todos nos mirábamos como posibles sospechosos. Pero no era momento de sacar culpas, había que idear un plan porque nadie sabía cómo hacer para solucionar este desastre. Cris dijo que la Coca-Cola era lo mejor para destapar las cañerías y desperdició una botella; luego Rocco tiró la cadena y nada. Maxi, siempre de sentado, advirtió: “Yo les avisé” y me miraron a mí como para que haga algo “¿Qué puedo hacer yo que no se ni cocinar?”. No sé para que hablé, porque me mandaron a pedirle una sopapa al encargado. Ahí me veía yo, del lado de afuera del edificio, mirando fijo el botoncito dorado que decía “encargado” y practicando un posible discurso. Mientras Maxi, que más que para acompañarme, bajó a presenciar la situación y para contársela a sus nietos algún día, no dejaba de reírse y de perturbar mi concentración. Es difícil describir la situación, pero en el contexto nos resultaba tan gracioso que lo tuve que encerrar al gordo con llave del otro lado de la puerta. Cuando finalmente me decidí ¡Riiing! Empecé bien. “Hola, somos los inquilinos del 4ºC y quería preguntarle si por casualidad no tendría usted una sopapa”. Cuando termino de decir eso, se me da por mirarlo a Maxi de reojo: estaba colorado, como por estallar, pegado del otro lado del vidrio y se iba desplomando hacia el suelo, tomándose el estomago del dolor de panza. No pude seguir, me tenté mal, mientras trataba de explicarle al pobre hombre lo acontecido, terminamos llorando de la risa... En fin, no sé como subió y nos destapo la cañería. Esto iba directo al top-ten de lo más vergonzoso de mi vida, venía justo después de la vez en que mamá se acercó a Pancho Dotto y le dijo que yo quería ser modelo.
Definitivamente no pisaríamos más “bajaditas”, nadie volvió a mencionar el tema y nos dábamos un coscorrón cada vez que alguno se distraía y estaba por pisarla. Los días se sucedieron así, entre mar, centro y telecentro, sólo que empezamos a viajar hasta la Rock and Pop Beach para poder ver bandas. Nos sentimos muy identificados con una canción de Árbol “Hoy no es mi día”.

Una noche, los chicos me preguntaron si no me molestaba ir a dormir a lo de Maxi, porque querían tener “su noche de hombres”. Preferí no indagar en la cuestión, porque la realidad siempre puede superar a la imaginación, y acepté, siempre y cuando aprovecharan para limpiar y jurasen no usar mi sillón cama.
Ya en el urbano que me llevaba a lo de Maxi, saqué mi cuadernito amarillo que uso para escribir, siempre lo usé como una especie de terapia, pero esta vez también como bisturí. Escribía mucho, algo como que había idealizado demasiado, sin saberlo había esperado más de un mundo que no es mío y no se puede detener, a veces no se puede evitar hacer sufrir al otro...
Mi trabalenguas terminó cuando me vi frente a la puerta del gordo, recién ahí pensé ¿Dónde voy a dormir? Al entrar Maxi me juró que Alfonso no entraba en su cuarto y que si me parecía dormíamos los dos ahí. Alfonso es el gato fino y delicado del gordo, que con su masa de pelo gris me mata de alergia. Su gato andaría por el patio y yo accedí a dormir en su cuarto. Lo que no dejaría de ser tan bizarro como el resto de la cita, porque vimos Operación triunfo, luego puso el DVD de Britney en el comedor mientras preparábamos la ensalada. Cuando terminamos de comer, acabamos bailando como ella y memorizando su coreografía (cuando Britney estaba fuerte y no dura) “¡Qué perra hermosa!” Repetía Maxi, una y otra vez.
Pero hubo un momento en el que no podíamos bailar, ni comer más y al acomodarnos (él en su cama y yo en un colchón en el suelo), presentía que se venia el momento de las confesiones. Me resultaba interesante y extraño a la vez hablar intimidades con él, más escucharlo hablar de sus relaciones, de sus sentimientos y del universo supuestamente opuesto. Supongo que apagamos la luz porque nos daba vergüenza y ahí preguntó:
- Y vos, ¿Cuándo me vas a terminar de contar qué pasó con Rulo?
- ( Fucsia contesté ) Estuvimos...
- ¡¡Cómo!!
Intenté contarle a Maxi, lo menos nerviosamente posible. No sé como me animé, supongo que necesitaba hablarlo y mi cuadernito ya no me bastaba. En Coronda no pude contárselo más que a Celeste, porque con las idas y vueltas que dábamos, nadie entienda nuestra relación más allá de un masoquismo posesivo. Que de alguna forma lo era, pero no me sentía para nada acostumbrada y nunca hubiese imaginado que Rulo llegaría al límite de escribirme una canción para su banda. Su canción hablaba de ilusiones y despedidas, de dos chicos que extrañan para mantener vivo un sentimiento sin saber por qué. Me confesó haberse puesto muy celoso, y con esa dedicatoria creativa terminó de atraparme y de absolver todo resentimiento. Escucharlo cantarla fue algo que no puedo explicar, que no podrían entender. Lo que ocurrió después era sólo su consecuencia inevitable, para nosotros representaba un momento único de entrega, especial, que estaba imaginado de mil formas y eso lo volvía cada año menos posible. Maxi seguía con la boca abierta y me pidió que le cuente cada detalle, cada suspiro, quería sentirse allí.
Todo se desencadenó después de un baile en la playa de Coronda. Mientras yo (como en cámara lenta) disfrutaba de mis pies hundiéndose en la arena y de una vista privilegiada, hacia el cielo repleto de estrellas, él me miraba contornearme desde la barra. En eso ponen “Cara-luna” y Rulo se va acercando, sin que yo lo vea, para sacarme a bailar. Me tomó de espaldas, pero reconocí sus manos y ese giro hacia la derecha, mi sonrisa nunca supo disimular y le di confianza sin querer. No podía evitar distraerme con sus rulos, mirarlo a los ojos, mientras él se reía porque no alcanzaba sus movimientos. “Vas aprendiendo” y “Estás muy linda”, eran mis frases favoritas, hasta que una subsiguiente me desconcertó “Seguime”. Me tomó de la mano y me arrastró (nunca fue muy delicado) unas cuadras hasta la plaza, para besarnos.
Decía muchas cosas juntas y lo notaba particularmente entreverado, empecé a pensar mal, y obviamente acerté. La cuestión es que le había pedido prestada “la casita del terreno”a Martín para que fuéramos, pero mi cara lo decía todo. Vale la pena aclarar, que “la casita del terreno” en principio fue una especie de depósito y garaje, luego sirvió como refugio para el papá de Martín, cuando se agobiaba de escuchar a su mujer, y ahora, fue refaccionada como casa para que se “refugie”mi amigo. Pero a fin de cuentas, esta casita es de los viejos de Martín que son íntimos de los míos y eso no tiene solución.
No sé si me durmió, no sé, pero con esos ojos me juró que no iba a pasar nada, que Rocco y Celeste, habían ido y nadie apareció, que él cerraría con llave y cuando ya no sabía que decir desesperanzado, susurró que había esperado mucho este momento pero que dependía de mi.

Al llegar me alzó sobre la mesa de billar y recorrió con sus manos todo mi cuerpo. La tensión aumentaba, las varillas se caían al suelo y las cosas estaban sucediendo demasiado rápido para mí, no sé, no podía concentrarme. Temblábamos, supongo que los dos estábamos muy tensos, quizás esperábamos demasiado de ese momento, sabiendo que luego sólo habría distancia o pérdida. Cuando nuestras piernas (todavía con algo de arena) se encontraron, lo frené, no pudimos seguir, nos recostamos semidesnudos sobre la cama para calamar los latidos. Luego alguno tendría que ser valiente y cortar ese silencio, por suerte fue él. Dio vuelta hacia mí, me miró fijo y dijo que estos últimos días me había visto rara, como ida. Supuse que sabía, y con naturalidad le adjudique a mi mamá toda abstracción. Pero él no lo sabía y sentí que se preocupó al insistir “¿Le pasó algo a tu mamá?”. Así que terminé explicándole todo aquello que me perturbaba, en medio de una atmósfera que habíamos creado hace mucho tiempo, pero ahora parecía desvanecerse.

- Mi mamá está enamorada (repliqué con tristeza)
- Pero... ¿Qué tiene de malo eso Estefi?
- ¡No entendés! Está enamorada como una adolescente en un cuento de hadas.
- No entiendo.
- Esta enamorada de un capitán de barco griego y se quiere ir a vivir allá con él
- ¡Enserio me decís! Un capitán griego... ¿Como el novio de Maria Inés, un compañero de él?
Rulo identificaba a la prima de mi mamá, porque su hija Sofi ya era como parte del grupo, el elemento internacional que faltaba a nuestro crisol de verano.
- No...(Silencio)
- No llores ¿Qué te pasa?

La madeja de nudos en mi garganta no me dejaba emitir sonido alguno y la angustia atemperaba mis emociones dejándome como mera espectadora de mi mundo, insensible... Hasta que pude deslizarlo como un inevitable que cae por su propio peso: “Es el mismo capitán de barco, Rulo.”

Luego, le expliqué que me sentía decepcionada, que fui la última en saberlo y que no quería causarme más dolor. Nos lo había estado ocultando más de un año, inventado un novio americano al que iba a visitar, todo porque no tenía agallas para enfrentarse con su prima, ni con nosotros.
Me sentí estúpida arruinando el momento así y no quise hablar más. Necesitaba que me entienda y que no me odie, pero sólo le nacieron unas ganas inmensas de abrazarme. Me sostuvo entre sus brazos hasta que mi rostro se inundó de sal, el tiempo volvía a detenerse en ese abrazo eterno e intentó protegerme como si fuese algo frágil o delicado. La fuerza con la que me rodeaba, revivía en mis sensaciones previamente experimentadas primarias, sublimes, de a poco demostraba más sensibilidad y más ternura, me miraba a los ojos para darme confianza, para aquietar mis pensamientos. Ahora sí era él, el de mis idealizaciones, y ese sí era el momento único, nuestro... Nos sentíamos felices y nos dejamos envolver por la noche.

El cigarrillo de Maxi, se consumía junto con mi relato, ya habíamos tenido que salir a tomar aire para llenarnos de rocío, pero aún faltaba algo, la chispa previa a la colilla, la que anunciaba un final amargo. Extrañé el velador en ese momento e intenté bromear con que el papá de Martín había entrado, pero no me creyó y tuve que responder a su última pregunta: “No, después de esa noche se borró y si era por él, no nos volvíamos a ver hasta el próximo año”.
- ¿Cómo si era por él?
- Claro, al día siguiente me dió un beso delante de todos y después desapareció.
- Pero antes de venirte se vieron ¿no?, ¿No te dio ninguna explicación?
- No...La tuve que ir a buscar. Supe que estuvo unos días con fiebre, pero después de la semana de fuga, me enteré por el flaco Yunis, que en su cumple le preguntaron por mi y sabiendo de mi viaje acá, dijo “Ya se, dejala que se vaya”.
- ¡No te puedo creer! ¡Es un animal!
- ¡Sí! pensé que me iba a quedar sin lagrimal ¡Ja! Pero cuando volvió a aparecer por la costanera y me saludó como si nada, me envenené y lo fui a buscar para aclarar las cosas.
- ¡Bien ahí!
- ¡Viste! Lo tuve que ir a buscar, porque iba a explotar. Terminamos en la garita del viejo cine, donde me explicó que no nos podíamos enganchar así, que no nos hacía bien porque la distancia es un límite. Dijo que no podíamos jugar a los novios porque lo que nos pasa es de aire y no podemos construir algo real. Odio esos discursos pragmatistas, odié su incoherencia, y su seguridad, pero más allá de sus palabras que me negaba a aceptar, sentí que lo desconocía a él, o mejor dicho lo conocía más que nunca y me sentía estafada.
- ¡Que hijo de puta! Siempre fue cabernario pero nunca se había expresado tanto eh.
- Si, no sé, lo peor es que cada vez me convenzo más de que no nos entendemos, que no significó mucho para él... A veces me pregunto si en el fondo no tiene razón, esto es solo aire.

Recién pasada la semana note dolor físico, fue increíble estar tan absorta, tan consumida por mi maquinita de discurrir como para dejar de escuchar los quejidos del cuerpo. A todo me acostumbraba; al resfrío inevitable, la cama dura, la comida fea...También empecé a descuidar los pequeños detalles delante de los chicos, ya no escondía mi ropa interior, no dormía con corpiño ni me sacaba el delineado de la noche anterior... ¡Nada importaba! Mamá se quería ir, y sin saber todo lo que yo la necesitaba y la quería. De todas formas, los sentimientos encontrados no hacían más que alejarme de esa realidad. Estábamos prófugos, sin mucha más plata y aunque más libres que nunca, escapando físicamente de cosas que no podíamos dejar de traer.
Rocco parecía un soprano herido, Maxi con sus borracheras melancólicas, y yo con mi novela Almodovariana. En cambio Cris, parecía ser el único que estaba feliz. Nos despertaba con una sonrisa y prepara las cosas para la playa, se levantaba primero y me hacía el desayuno, me decía “Querida ya está tu café”, siempre con buena onda ¡Pobre! No es que nosotros fuésemos una carga, pero necesitábamos como un empujoncito para arrancar bien y por suerte, Cris nos contagiaba sus ganas. Primero pensé que estaba enamorado, pero un par de noches de morochas y destrucción refutaron mi teoría. O tenía un síndrome esquizo de adicción a las morochas o su relación no andaba bien.
Una noche en Gap nos fuimos de tema con el happy hour de “chupitos”, lo que nos dejo más desinhibidos que de costumbre y bailando hasta perder la sensibilidad del cuerpo... Esa casi mañana, pasó algo que no me esperaba, al volver al departamento Cristian subió al ascensor conmigo, me rodeó con sus brazos contra la madera y me quiso encarar. Lo bueno fue que, incrédula yo, me lo tomé en joda, porque se había creado mucha confianza y a veces jugábamos a que tenía dos esposos. Le dije literal, “No jodas Cris” y me salí, pero al ver la expresión que dibujó en su rostro, agregué “Vos sos mi amigo y te necesito así”.No sé como hice sinapsis tan rápido, pero sin anestesia creo haberle dicho todo. Por un momento me sentí culpable, me empecé a cuestionar si lo había provocado sacándolo a bailar o eran sólo los efectos del alcohol en sangre. Luego, supe que había sentimientos en juego, es decir que le gustaba y de antes (pero como le gustaban todas) y por suerte el tema pasó como mexicano por la frontera, al otro día como si nada. El problema de Cris era otro, la contención, quizás me equivoque pero la poca relación con su viejo lo hacía aferrase a todo y supimos al tiempo, que la novia era una mojigata, que lo hizo esperar dos años por casta y pura, pero cuando se terminó, estuvo con el primero en lista de espera. Para cuando la nube viciada se esparció a los cuatro y quedamos como suspendidos en el espacio, escuchando “Un viejo blues”, llegó Martín para regalarnos toda su frivolidad. Sí, porque hace años patentamos la frase “Martín vive en un raviol” Lo único que le importaba era disfrutar el momento, cumplir con su agenda de planes para la costa; broncearse, ir al shopping diagonal, conseguir una malla Rip Curl, y volver a intentar una y otra vez aprender a barrenar. De todas formas tenemos que admitir que, aunque le costó adaptarse al tema de las “bajaditas” (lluvia de trompadas) Martín traía su aire fresco y despreocupado, lo que cambió la sintonía del viaje y nos entregamos al puro placer banal.

Es algo común en mí, (en este entramado psicológico torturado) el mecanismo de defensa, ese que hace un esfuerzo por imaginarme siempre unos pasitos adelante de los acontecimientos, que me prepara o me pone en estado de sitio. Tengo que admitir que la mayoría de las veces me trae más carga de conflictividad que el disturbio mismo, pero funciona así y hasta en lo más mínimo, trabaja horas extras. Por ejemplo, esa última tarde en la playa, sabía que en una hora nos teníamos que ir a preparar los bolsos, por lo que debía despedirme del mar y mi mente ya trabajaba esa despedida. Entonces, el último chapuzón se volvió algo idílico, majestuoso, trascendente. Mis pies disfrutaban de la superficie de arena húmeda, esquivaban las olas marrones dando saltitos de estremecimiento por el frió, hasta que me decidí a enfrentar la gran masa de agua, pero esta vez me sentía todavía más atraída por su fuerza, por su movimiento y por la forma en que me levantaba y me contraía. El reflejo brillante comenzaba a enceguecerme, pero el oleaje se aquietaba esperando mi venida y en un impulso desmedido me lancé mar adentro, empecé a pensar lo maravilloso que sería tan solo dejarme llevar, hundirme en las profundidades, tan solo flotar y dejar pasar el tiempo...Sé que imaginé mi deriva... Pero vi que Rocco ya nadaba a mi encuentro.

Hoy, mamá se despierta cuando yo me estoy por dormir, almuerza cuando yo atisbo la mañana, aunque en realidad un yogurt no es almuerzo, pero menos se lo voy a hacer entender ahora, lejos y sabiendo lo poco que le gusta la comida griega. De todas formas se adaptó y todos los días habla el idioma de la filosofía universal. Es que lo demostró, estaba enamorada y su cuento de hadas se hizo realidad, (le costó una prima nada más) y hoy, hacen gala del hechizo sobre su descapotable verde que rodea el Egeo en una ruta de montes. Su capitán de barco, además es un místico y por una bruja sabía que su destino era una argentina preciosa, pero nadie es perfecto, un pequeño problema de coordenada le hizo confundir el derrotero, no seria mi tía, su amor seria mi mamá.
No es fácil, pero puedo entender que mamá no era feliz acá. Sin embrago, llegar hasta ese punto, muchas veces duele. Ella por su historia y su forma de ser, se desarrolló como una maravillosa profesional, sabe más de siete idiomas, pero sus estudios en Buenos Aires nunca fueron bien reconocidos, pasó años trabajando más de doce horas, haciendo especializaciones, sacrificándose hasta quedar anémica por tener un buen status de vida. Pero, “la profesional” empezó a abarcar todo lo que no podía resolver, lo más simple que no había podido desarrollar de una manera convencional, su familia.
Hoy estudia en La Sorbonne-Paris y se proyecta un mejor porvenir. Hace unas semanas se casó y les mandé un elefante hindú de madera porque a los dos les encanta la cultura oriental, y si bien ellos me proponen vivir allá, soy más bien yo quien practica la desaprensión hinduista. En el fondo no creo que quieran que algo interrumpa ese romance, además es ilógico que vaya a media carrera y con un idioma tan difícil para hablar. Sobretodo, porque sé que viviendo juntas, no hacemos más que reprocharnos todas las materias pendientes que nos quedan, ese vacío que ninguna supo llenar. Quiero creer que con la distancia vamos a aprender, porque los pocos momentos juntas se intensifican y la necesidad encierra al resentimiento para poder crecer y potenciar lo bueno de cada una.
Si bien la maternidad no fue su fuerte, ella de cierta forma alumbró muchas zonas en mí, me enseñó que cuando uno está vivo, ama, llora y sufre de verdad. Cuando se alcanza el límite de la propia naturaleza y no hay más dolor que pueda caberle al cuerpo; existe una elección, una única manera de salir, que es siendo sincera con uno mismo. Aunque sea un camino no convencional, poco ético, aunque te adviertan que no es moral ni es duradero ¡No importa! Es un riesgo que se puede tomar para viajar lo más próximo a la única y limitada posibilidad de ser feliz.

- Qu´est-ce qu`il se passe ma petite reine?
- Nada, estoy harta de este libro de semiótica de Steiner
- ¡Dale! Un esfuercito más, ya terminás el año, ¡Y nos vemos en Coronda!
- Ya se, má! Pero este final me complica la existencia.
- Bueno, no seas tan dramática. Acordáte que yo rendí lengua siete veces en la cultural.
- ¡Cierto!... Ah má, entrá en mi Space que están las fotos de Grecia.
- ¿Dónde?
- Donde te mostré hace bastante las fotos de Mar del Plata.
- Bueno mi amor, mandáme la dirección después, que debe ser tardísimo y mañana cursas.
- ¡Si, mal! Besotes má, te extraño
- Yo también, te amo mi reinita.

Al despedirme, me dieron ganas de ver esa foto juntas en la Acrópolis pero cierto impulso o nostalgia, no sé, me hizo volver a las viejas de Mar del Plata. Ahí estábamos los cinco en la perla, con el lobo, en el bunker, pisando una “bajadita”, teníamos tanta cara de nenes ¡Que verano, que ralle! ¡Qué aire hermoso fue Rulo! A pesar de que tenía razón y nunca tomó forma, pero dejó de importar, porque lo entendimos y toda esa locura se evaporó con los años...
Recordé que habíamos filmado esa despedida y me abanlacé sobre el Quick time, ahí estaba yo, cuatro años atrás, toda colorada y sonriendo mientras los chicos me pedían unas palabras antes de subir al flechabus. Les dije que habían hecho de mi peor verano algo increíble, pero mis palabras a cámara fueron más premeditadas, dije: “Verano, Rock, sopapas y amistad fuerte”.
“Mi familia de amigos” pensé, mientras la pantallita llegaba al fondo negro y Fito seguía desafinando en su última estrofa... “Entonces vamos, así en la vida con los restos del corazón y no queremos que se nos note que nos falta un poquitito de amor, porque fingir, digámoslo... vos ya sabés, así (feliz) te quiero”